Sin duda que la noticia de esta semana sobre la aparición de los restos de Fernanda Maciel Correa al interior de una bodega en la comuna de Conchalí, ha causado conmoción en todo el país, más aun considerando que la víctima mantenía un avanzado estado de embarazo, situación que genera mayor sensibilidad por parte de la ciudadanía. Momentos antes de desaparecer, la joven -que hoy tendría 22 años- fue registrada por una cámara de seguridad del sector donde residía. Cruzó la calle Puntiagudo y se dirigió hasta calle Llaima por la vereda norte, supuestamente para llegar a una bodega en la que se encontraría con un amigo.

Un aspecto que ha causado mayor asombro y consternación por parte de los medios, dice relación con que el principal sospechoso y actual imputado del caso habría sido un vecino conocido de la víctima y del círculo cercano de su familia; incluso habría colaborado y prestado contención emocional a la hasta entonces pareja de Fernanda, situación que genera confusión en términos de comprender cómo una persona que eventualmente habría matado a una amiga, habiéndola hecho desaparecer, aun así es capaz de actuar con tal nivel de “normalidad”.

Lo peculiar, es la frialdad de la conducta del actual imputado, quien habría actuado sobre seguro, asesinando a quien habría sido su amiga (los resultados de la autopsia revelaron que se habría tratado de una muerte violenta de tipo homicida), ejecutando un plan posterior a su ejecución en donde la entierra y cubre su cuerpo con cal y con una loza de cemento en un pozo cercano a los 70 centímetros de profundidad con el objeto de ocultar su actuar criminal.

De los antecedentes que se han vertido hasta ahora, respecto del perfil de este sujeto, el que se encuentra en prisión preventiva como único imputado de la causa, se sostiene que mantendría una causa pendiente desde 2018 por amenazas de muerte contra una ex pareja, evidenciando un comportamiento violento previo en el contexto de una relación sentimental.

Desde la Psicología Criminal, existe un cúmulo de evidencia científica que nos aportan datos respecto de algunas características que permiten discernir en relación a qué podría llevar a un sujeto a presentar tal nivel de violencia en su comportamiento, mostrando conductas que impresionan por la frialdad de las mismas y quienes pueden pasar completamente inadvertidos desde un punto de vista social, aparentando total normalidad.

Desde el análisis criminológico sobre el estudio de la predicción del comportamiento violento, el concepto de la personalidad psicopática tiene una elevada probabilidad de vulnerar la normativa social y, por tanto, de entrar en colisión con el sistema judicial; así lo exponen todos los autores vinculados a esta área de la criminología moderna. Las características o rasgos esenciales que definen la psicopatía (egocentrismo, narcisismo, impulsividad, falta general de inhibiciones comportamentales y necesidad de poder y control) constituyen, según señala Hare (2003), la fórmula perfecta para los actos antisociales y criminales.

Visto así, podría decirse que los psicópatas presentan, en esencia y por sus rasgos definitorios, una mayor propensión que las demás personas a la realización de actos antisociales, siendo unos candidatos perfectos para delinquir.

(Romero, 2011)

Toda la literatura internacional reporta como un elemento central de la personalidad psicopática la agresividad y la violencia, sin embargo, esta es empleada solo cuando el encanto, la manipulación, las amenazas y la intimidación no les resultan efectivos para lograr los propósitos que se habían fijado.

A este respecto, no podemos olvidar que los psicópatas son magníficos manipuladores de los demás, utilizándoles como meros objetos (cosificación) para conseguir sus propios objetivos. El psicópata tiene la rara pero efectiva habilidad de captar las necesidades de los demás así como encontrar los puntos débiles de los otros. Este ciclo de manipulación está lleno de mentiras, las cuales usa como herramienta de trabajo con el objetivo de conseguir algo para él. Sus marcas de identidad son el engaño, la mentira, el desprecio por los demás, y su falta de empatía. Su personalidad se caracteriza por su locuacidad, su gran encanto superficial, un exagerado sentido de su propia valía, un marcado egocentrismo, una continuada manipulación de los demás y su incapacidad para establecer relaciones afectivas con los demás (Hare, 1984; 1993).

Tienen tendencia hacia la grandiosidad, la insensibilidad emocional, la manipulación y la dominación así como una alta autoestima y frecuentemente son encantadores y divertidos, pero también son impulsivos y astutos. Sin embargo, su principal problema es su falta de empatía: cuando a una persona no le importan en absoluto los sentimientos de los demás ni repara en las consecuencias negativas que su conducta puede provocar en ellos es evidente que este sujeto no mostrará escrúpulos para hacer lo que él quiera y cuando él quiera, si con ello logra sus fines que siempre estarán enfocados a conseguir beneficios concretos de diversa índole: sexuales, económicos, posición social, prestigio académico, reconocimiento ante terceros, ascensos profesionales, protagonismo, etc.

A modo de conclusión, si bien no resulta posible determinar a ciencia cierta la real personalidad del actual imputado de este caso, si resulta importante comprender la magnitud y relevancia de este diagnóstico, por cuanto a diferencia de lo que se suele creer, estas personalidades son mucho más habituales en nuestra sociedad de lo que parece y su efecto es más grave de lo que creemos puesto que no se limita a aquellas personas que se encuentran en centros penitenciarios cumpliendo condenas por ilícitos penales, sino que en muchas ocasiones se trata de personas cercanas que crean problemas cotidianos. La mayoría de estos sujetos están integrados totalmente en nuestra sociedad, en nuestro entorno y no son detectados a simple vista, lo que les hace aún más peligrosos para sus víctimas.

Por Diego Quijada Sapiain

Psicólogo Forense · Profesor de Psicoligía Jurídica, Universidad San Sebastián, Sede De la Patagonia.

Publicación: El Heraldo Austral – ver noticia aquí

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